Son las 5 de la mañana y desperté con un susto terrible. Recibí una llamada sobre una alerta de tsunami en Perú por un terremoto de 8.8 grados en Chile. Una de mis mejores amigas estaba en la playa y le habían dicho que tenía que evacuar rápidamente. Una sensación helada recorrió todo mi cuerpo como si me estuvieran inyectando una buena dosis de “miedo” a la vena. Al escuchar la voz desesperada de Melina solo atiné a prender mi laptop y buscar sobre la noticia. Mi sorpresa aumentó cuando confirmé la catástrofe y tras prender el televisor pude informarme más sobre el tema.
Aproximadamente media hora después de la llamada empiezo a imaginar cómo sería vivir un tsunami en Lima. Instintivamente tuve que asomarme a la ventana e imaginar el panorama. Todo lleno de agua. Un desastre natural de una magnitud extrema. A su vez, pienso sobre la crecida del mar más tarde. Definitivamente habrán olas grandes. De repente siento un temor incontenible. Temo por los demás. Mientras más escucho las noticias, mi proyección va cambiando. Por momentos me tranquiliza pero otros solo hace crecer el temor de los pobladores. Van aumentando los muertos, los heridos y los desastres. La gente está desesperada. Se vive una escena caótica en Chile. Sigo imaginando los desastres que podría vivir Perú a raíz de esto. Probablemente tendremos algún tipo de réplica en las horas siguientes. Ahora solo a esperar.
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